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lunes, 4 de agosto de 2008

El nacimiento de la odontología forense como disciplina científica

El reconocimiento e identificación de restos humanos se consolidó con la aportación de las obras de Orfila y Hoffman. Los dentistas se dieron cuenta bien pronto de que las piezas dentarias podían aportar valiosas informaciones en este sentido. Ya en 1837, Saunder en Lancet, escribió un artículo titulado “The teeth, a test of age”, donde pretendía determinar la edad de los individuos por las características de los dientes. Grady, en 1883, en el American Journal Dental volvía sobre lo mismo en otro artículo titulado “Personal identity established by the teeth”. En Francia aparecieron varios trabajos también a finales del siglo XIX, como el de Dumur “Des dents: leur importance et leur signification dans les questions medico-legales (Lyon, 1882) o el de Swartz, de Nimes, “L’identité de cadavres d’apres le systeme dentaire” (L’Odontologie, 1897). Personalidades como Magitot, Galippe, Brouardel (incendio de la Ópera de París), escribieron sobre el tema, igual que Charles Godon (“Reconstitution de l’identité des cadavres por l’examen du systeme dentaire”, L’Odontologie, 1887). Pero, indudablemente, fue el doctor Óscar Amoedo quien le dio el impulso definitivo con su obra L’art dentaire en medicina legal (París, 1898) y su intervención en el Congreso Internacional de Medicina de Moscú, en 1897. B. Barrymore, en una comunicación presentada en diciembre de 1897, apenas unos meses después, se hacía eco de los trabajos del cubano y, además, aducía los de los doctores Alton Howard Thompson (de Kansas) y Wedelstaedt, aparecidos en el Dental Cosmos, el primero de los cuales había presentado un método para medir las arcadas dentarias y el paladar, y el segundo, sus estudios sobre dientes, en el que afirmaba que jamás había encontrado dos centrales o laterales iguales. Barrymore pretendía introducir la ficha de los criminales en el Detective Bureau de Nueva York. “Un hombre —decía— puede afeitarse el bigote, los cabellos o las cejas, pero, si no se hace extraer los dientes, puedo identificarle por ellos”. No obstante, este tipo de identificación quedó relegada por la dactiloscopia, de más fácil aplicación y control. Pero donde los dientes siguieron aportando soluciones fue en el reconocimiento de cadáveres con las partes blandas muy destruidas e irreconocibles o en huellas dejadas por los mismos (mordeduras), determinación de la edad, etc. En este sentido, la odontología forense le debe mucho a los dentistas hispanoamericanos.
>>En 1919, el doctor Rodríguez Cao reconoció un cadáver en Río de Janeiro por la dentadura.
>>En 1920, la Federación Odontológica Latinoamericana, en Montevideo, pidió que se agregara la ficha dentaria a los documentos de identificación.
>>En 1924, el doctor Armando López de León, de Guatemala, escribió un excelente tratado: Odontología criminal y legal guatemaltense, llama la atención sobre las arrugas palatinas, creando una ficha de las mismas.
>>En 1929, en Perú se obliga a añadir la ficha dental de la población penal.
>>En 1946, se celebró en La Habana el primer Congreso Panamericano de Medicina y Odontología Legal y Criminología.
>>Las rugosidades palatinas fueron estudiadas por los brasileños José Bettencourt Sampaio (“Contribuisao ao aperfeiçoamento da identificaçao judiciaria”, 1961), Clauco Martín Santos (“The human identification by the Odonto-rugopalatinoscopic characteristics”, 1963) y Jorge Souza Lima (“Consideraçoes sobre o estudo das rugosidades palatinas”, 1964).
>>En Venezuela, el doctor Julio Peñalver, en su obra Odontología Legal y Deontología Odontológica (1955) insiste sobre la identificación dentaria y presenta una ficha rugoscópica palatina.
>>En Argentina, el doctor Ubaldo Carrea publica, en 1920, sus Ensayos odontométricos y, en 1937, en colaboración con el doctor López de León, creó su propio sistema rugoscópico.
>>En Buenos Aires, se crea en 1920 una cátedra de Odontología Legal, siendo su primer profesor el doctor Joaquín V. Guecco, que escribió, en 1921, su libro Odontología Legal. El profesor Juan Ramón Beltrán publicó, en 1932, su Medicina legal para la enseñanza de la odontología legal y social.
>>En Estocolmo, se creó en 1961 la Sociedad Escandinava de Odontología Forense por iniciativa del doctor Soren K. Nielsen, quien publicó un trabajo titulado “Queiloscopia”, donde preconizaba la identificación por medio de las características labiales.
>>En 1961, junto al doctor Pedersen de Dinamarca, publicó su Manual de Odontología forense.
>>En 1950, el doctor Göstu Gustafson, de Suecia, había publicado un método de identificación basado en características dentarias (abrasión, cementosis, etc.).
>>En Noruega escribieron sobre el tema los doctores Ferdinan Strom (Investigation of bite-marks, 1963) y Gustav von Karkhaus (Die identifizierung von Bisspuren durch den Zahnarzt, 1955).
>>En Australia, el doctor Doliz, en 1963, escribió The root development of third molar teeth.
>>En Estados Unidos, el doctor Harvey Sarner publicó su importante obra Dental Jurisprudence, en Philadelphia, en 1963.
A partir de los años cincuenta, la odontología forense cobra singular importancia en el reconocimiento de accidentados de tráfico, automovilistas y, sobre todo, a las catástrofes aéreas. Singular relevancia obtuvo en el reconocimiento de las víctimas del accidente del DC-8 de la Air canadiense en Woodbridge (Toronto), en 1970, donde perecieron 109 pasajeros, gracias al trabajo de 12 odontólogos de la Canadian Society of Forensic Odontology, empleando cámaras fotográficas, rayos X, materiales de impresión, etc.
Últimamente, los conocimientos de Odontología Forense se han empleado en el reconocimiento de las víctimas de genocidios (por ejemplo, en Uganda). En 1982, la Federación Dental Internacional adoptó la resolución de que la Estomatología Forense fuera incluida en los programas de estudios dentales de los países miembros.
La odontología forense en España
El primer artículo de esta especialidad aparecido en España es el de Florestán Aguilar, titulado “El examen de la boca en la identificación de cadáveres” (La Odontología, Cádiz, 1892). Señala la utilidad del examen de la boca para descubrir la identidad de los cadáveres y cita el caso del incendio de la Opera Comique de París, donde las víctimas quedaron irreconocibles por el fuego, haciendo muy difícil, o casi imposible, el reconocimiento de las mismas y en el cual se empleó el examen de la dentadura.
Refiere también el caso del hijo del emperador Napoleón III y el de la señorita Menetret, asesinada en Villemomble, cerca de París. Recuerda también el caso de los europeos masacrados en América del Sur y la intervención del misionero que rescató el cráneo con incrustaciones de oro. Por eso, concluye, el examen de la dentadura puede ser un valioso auxiliar para la justicia. El siguiente es el de don. Juan Otaola, titulado “Un informe profesional en un caso de identificación judicial”, leído en el II Congreso Nacional de Odontología, en Barcelona, en 1899, y publicado en La Odontología de ese mismo año. Otaola también publicó un extenso trabajo en La Odontología en 1933 (año XLII, marzo, n.º 3, p. 195), titulado “Los dientes después de la muerte, cómo se destruyen”.
Una identificación dental de don Juan Otaola, de Bilbao, en 1897
En el Congreso Nacional de Odontología, celebrado en Barcelona, en 1899, don Juan Otaola presentó “Un informe profesional en un caso de identificación judicial”. Al parecer, los encargados de la limpieza pública encontraron, el 29 de noviembre de 1897, en una alcantarilla de la ciudad de Bilbao, ciertos restos humanos, putrefactos y comidos por las ratas. Cerca del lugar habitaba una señora de 34 años, separada del marido y que había desaparecido hacía ocho meses. El primer sospechoso fue el marido, que fue detenido, aunque se proclamó inocente, alegando que su mujer estaba en Buenos Aires. Sin embargo, los familiares de la ausente no le creían, pues no se había despedido ni de ellos ni de su hijo. No se le creyó aunque se presentó un individuo que dijo haber visto a la mujer en Buenos Aires y dio el dato de que le faltaban dos incisivos, lo cual fue corroborado por cuantos la conocían. El marido, no obstante, fue ingresado en prisión sin fianza. No obstante, el asunto seguía oscuro. Entonces, el juez llamó a don Juan Otaola y al también dentista, doctor Laburu. Ambos emitieron un informe en el que hacían constar que había pérdida de varios dientes, pero que esa pérdida había acontecido después de la muerte por encontrarse los alveolos vacíos. El estado de salud bucal del cadáver había sido bueno en vida, pues no se observaban caries ni secuelas de piorrea e incluso la articulación era normal. Los dientes perdidos eran los dos incisivos centrales y el lateral derecho superior. En la mandíbula, los cuatro incisivos y el segundo bicúspide izquierdo. También habían sido arrancados los dos últimos molares del lado derecho, que se encontraron y encajaban perfectamente en los alveolos. Aunque con dudas, manifestaron que el individuo debía tener más de 25 años. Los propios parientes comprendieron que aquella dentadura no era la de la mujer desaparecida, así que el inculpado fue puesto en libertad. Al fin se identificó el cadáver, que pertenecía a Rafaela Pérez Blanco, natural de Logroño, de 23 años. La fugada vivía, en efecto, en Buenos Aires.
Bibliografía
La primera obra publicada en España sobre odontología forense fue la de los doctores Blas Aznar y F. López Brea Lluria, un pequeño folleto titulado La abrasión dentaria en la identificación de los restos óseos (Madrid, 1936). Anteriormente había aparecido en el Boletín Forense, el 30 de junio de 1936.
Enseñanza
En España, la enseñanza de la odontología legal se menciona por vez primera en el programa de estudios presentado por don Cayetano Triviño el 23 de junio de 1873, donde incluye la asignatura Jurisprudencia Médica. El primer profesor propuesto para impartirla fue el doctor López de la Vega, quien no llegó a ocuparse de ella por enemistarse con Triviño. Cuando se constituye el Colegio Español de Dentistas, en 1874, las asignaturas de Jurisprudencia Médica e Historia serán explicadas por los doctores J. Precioso y Santa Cruz. En 1901, año en que se crea el título de odontólogo, el doctor Aguilar explica una lección de odontología legal en su asignatura, pero el Ministerio no la incluye en el programa de estudios hasta 1913, en la reforma de estudios que se hizo con motivo de la creación de la Escuela de Odontología. En la asignatura Odontología de segundo curso figura la medicina legal aplicada. Pasada la Guerra Civil, se crea el título de licenciado médico estomatólogo, en 1948. Ese mismo año sale el plan de estudios (Orden de 20 de julio) de Estomatología, en cuyo primer año se incluye la Estomatología Pericial dentro de la asignatura Estomatología Quirúrgica, primeramente impartida por el profesor García del Villar y después por el profesor donLuis Calatrava Páramo.
En 1986 se crea el título de odontólogo y en su curriculum se contempla la asignatura de Odontología Legal y Forense. Impulsores de estas materias son los doctores Bernabé Roldán Garrido y Juan López Palafox, el primero autor del libro Odontología Legal y Forense (Masson, Barcelona, 1994) en colaboración con H. Moya Pueyo, y el segundo, Juan López Palafox, autor del libro Investigación en desastres. Aplicaciones de la Odontología (Ed. Bellisco,. Madrid, 2000). Ambos son profesores de la Facultad de Odontología de la Universidad Alfonso X el Sabio de Madrid, donde imparten las asignaturas mencionadas, además de organizar cursos y un máster de estudios avanzados. No se pueden olvidar las obras del abogado don Ricardo de Lorenzo sobre legislación en odontología, consentimiento informado, etc., alguna de ellas escrita en colaboración con el doctor Antonio Bascones.
El caso del canciller alemán Guillermo Beckert en Santiago de Chile.
Un caso muy notable sucedió en Chile en 1909. He aquí los hechos, según los recoge don Óscar Amoedo en La Odontología (vol. XVIII; noviembre, 1909; n.º 11, pp. 563 y s.): “En una pequeña villa de Caleu, situada en los Andes en medio del bosque, unos bandidos habían cometido robos acompañados de crímenes. Una patrulla de ciudadanos se había armado y, teniendo como jefe al alcalde de la villa, hacía la ronda. De pronto, la patrulla se encontró delante de un campamento, en una especie de gruta, donde siete hombres armados de cuchillos, revólveres y carabinas y vestidos grotescamente, fueron tomados por los bandidos que se buscaban; sin perder tiempo la patrulla hizo fuego matando a uno de los hombres e hiriendo gravemente a otros tres. Los restantes fueron hechos prisioneros y encerrados, esperando ser juzgados. Más tarde se supo que los bandidos no eran otros que honrados e inofensivos cazadores alemanes. El ministro de Alemania exigió a su vez la prisión del alcalde y de toda la patrulla responsable. Hacia la misma época, el consulado de Alemania en Valparaíso fue incendiado y, un poco más tarde, el consulado de Alemania en Santiago fue incendiado igualmente. El canciller, señor W. Beckert, y el ministro alemán, barón Von Bodman, recibían constantemente cartas anónimas amenazándoles de muerte si continuaban las persecuciones contra los desgraciados de Caleu. El canciller Beckert parecía muy impresionado y contaba por todas partes que esperaba ser asesinado de un día al otro. El 5 de febrero de 1909, a las doce y media de la mañana, el ministro Von Bodman y su primer secretario, barón Welczeck, salían de la Legación de Alemania, donde quedaron solos el canciller, señor Willy Becker Frembahner, y el portero Ezequiel Tapia. A la una y cuarenta estalló un incendio que destruyó la Legación de Alemania y siete casas vecinas. El ministro de Alemania, temiendo que una mano criminal hubiera asesinado a su canciller y puesto fuego a la Legación, ordenó hacer rebuscas en los escombros. Bien pronto encontraron un cadáver carbonizado. Transportado al depósito de cadáveres, los doctores Donoso Grillo y Allende Amunategui, médicos legistas, practicaron una autopsia sin llegar a determinar las causas de la muerte ni la identidad del cadáver. Practicada una nueva autopsia por dos médicos alemanes, los doctores Aichel y Westenhöffer, y un médico chileno, el doctor Oyarzun, se demostró que la muerte había sido provocada antes del incendio y que había sido causada por un golpe en la cabeza, seguido de una puñalada que le había atravesado el corazón. Sobre la segunda falange de un dedo se encontró una alianza N. L. y la inscripción 4-13-99. Ahora bien, la mujer de Beckert se llamaba Natalia López. Al lado del cadáver se halló un pedazo de camisa que tenía las iniciales W. B. y el lente de Beckert. Los médicos alemanes, viendo que el cadáver tenía todos sus dientes, preguntaron a la viuda de Beckert si éste tenía todos los dientes. La viuda, creyendo que se le preguntaba sobre los incisivos solamente, respondió afirmativamente. En efecto, en español la palabra diente es el nombre genérico de todos los dientes de la boca (incisivos, caninos y molares), pero vulgarmente se dice dientes solamente a los incisivos y ésta fue la aserción dada a los dientes de Beckert por su viuda. Los médicos creyeron, pues, que Beckert tenía todos sus dientes antes de la muerte. La mujer del portero Tapia declaró a su vez que su marido tenía todos los dientes sanos, excepto una muela del juicio superior que estaba cariada. Cuando se le preguntó si ella reconocía el cadáver como siendo el de su marido, respondió que ella no podía afirmar nada. Los médicos alemanes concluyeron a la identificación del cadáver como siendo el de W. Beckert. Estos doctores habían llegado a esta conclusión más bien por sugestión que por convicción, puesto que, al día siguiente del incendio, el ministro alemán había recibido un nuevo anónimo firmado “algunos chilenos”, diciéndole que se habían visto obligados a poner sus amenazas en ejecución, asesinando al secretario e incendiando la Legación. Por el contrario, el señor Otto Izakovich, súbdito austriaco, que conocía íntimamente a Beckert desde hacía nueve años, declaró ante el juez de instrucción que había visto a Beckert la noche del incendio, que le había hablado en alemán y que Beckert le había respondido en español que él no le conocía. Los unos creyeron ver en esta declaración la opinión de un alucinado o de un hombre en estado de embriaguez, y los otros, por el contrario, empezaron a dudar de la muerte de Beckert. Los funerales habían sido fijados para el martes 8 a las cuatro de la tarde; sobre la una y media surgió un dentista, el doctor Germán Valenzuela Bastarries, director de la Escuela Dental de Chile, quien ofreció espontáneamente sus servicios al juez de instrucción para determinar la identificación tan discutida del cadáver carbonizado. A las dos de la tarde, el doctor Valenzuela, con una autorización del juez, se presentó en la casa mortuoria e hizo sacar de un rico sarcófago las partes del cadáver que componían los maxilares superiores y la mandíbula. Obtuvo permiso para llevarse a estas piezas a su gabinete, a fin de poder estudiarlas mejor, pero antes de salir de la casa interrogó diestramente a la viuda sobre los dientes de Beckert. Ella le declaró que su marido tenía los dientes incisivos orificados, que tenía diferentes muelas obturadas con amalgama y que le faltaban algunas otras muelas. Estas operaciones habían sido hechas por el doctor Denis Lay, de Santiago. Desde este momento, el doctor Valenzuela estaba seguro de la vía de la verdad. Con su lúgubre paquete debajo del brazo, el doctor Valenzuela fue vivamente a casa del dentista precitado. Éste se encontraba en vacaciones, pero su asistente le enseñó el libro por medio del cual pudo establecer la ficha dental de Beckert, de donde se desprendía, en efecto, que Beckert había pagado por cuidados prestados a sus dientes 588 francos. Estos cuidados consistían en diferentes extracciones de molares, orificaciones, una corona de oro, etc. En cuanto al estado de los maxilares y las arcadas dentarias del cadáver quemado, helo aquí: siete dientes (cuatro incisivos, dos caninos y un bicúspide) han perdido la corona por calcinación, pero la parte de estos dientes que quedaba entre los alvéolos, está completamente sana y normal, así como los canales radiculares. Estos no presentan la menor traza de cuidados dados por un dentista. El resto de los dieciséis dientes superiores, está absolutamente sano; solamente la muela del juicio superior derecha se halla profundamente cariada. Las caras triturantes de los molares tienen sus tubérculos normales sin uso. Mandíbula: el maxilar inferior se presenta con una fractura entre el primer y el segundo molar izquierdos. El costado izquierdo de este maxilar está destruido por el fuego hasta el cóndilo; no obstante, pueden reconstituirse los procesos alveolares y encontrar íntegramente los dieciséis dientes de esta mandíbula. El fuego ha destruido las coronas de cuatro dientes, un incisivo central, dos laterales y un canino. Ninguno de estos dientes ha sido tocado por un dentista. A las tres y tres cuartos de la tarde, estos maxilares fueron depositados de nuevo en el féretro y a las cuatro, como había sido convenido (y mientras que el doctor Valenzuela redactaba su informe), empezaron los funerales del canciller Beckert. Después de un servicio en la Deutsche Evangelische Kirche, el cortejo fúnebre se puso en marcha hacia el cementerio. El coche fúnebre estaba tirado por cuatro caballos ornados de penachos de plumas; seguía toda la colonia alemana, dos representantes del presidente de la República, el alto comercio de la ciudad, todo el cuerpo diplomático y consular y, en una palabra, todo lo que había de más distinguido en Santiago. En el cementerio, numerosas y ricas coronas cubrían la tumba donde fueron depositados los restos del canciller, y el ministro, barón Bodman, pronunció un discurso muy sentido y del que damos aquí extracto: «La patria se acordará con tierna gratitud del que murió en el ejercicio de sus funciones, víctima del traidor puñal de un asesino cobarde. El difunto era un hombre dotado de nobles cualidades y de un corazón lleno de bondades. Era un hombre que no podía ver sufrir una criatura humana y todos los que le conocían le querían y le apreciaban. En este momento solemne, debo declarar señores que este amigo idealista y entusiasta no era capaz de cometer una acción indigna y lo declaro una vez más con la más firme convicción, puesto que tuve ocasión de conocer y profundizar la bondad de su alma...» Al día siguiente, es decir, el 10 de febrero, los periódicos publicaron el informe del doctor Valenzuela con el título siguiente: y El cadáver encontrado entre los escombros de la Legación de Alemania no era el de Beckert. Después de este informe, la policía telegrafió a todas las fronteras y algunos días después arrestaron en la frontera argentina a Willy Beckert, quien confesó ser el autor de las cartas anónimas, el ladrón de 47.000 francos en la Legación, el falsificador de documentos, el asesino del portero y el incendiario de la Legación. Confesó, además, haber fracturado la tibia de su víctima, puesto que se sabía que él mismo se había fracturado una tibia hacía algunos años y que también había roto los dientes del desgraciado portero con un martillo y había calcinado el resto con un soplete. Finalmente, W. Beckert fue condenado a muerte.”
El caso de Henry Desire Landrú
Este moderno Barba Azul nació en París en 1869. A los 20 años se vio obligado a casarse con una mujer a la que había dejado embarazada. Poco después partió para la guerra. Entre 1902-1904 perpetró varios robos, fue descubierto y la vergüenza ante tales hechos provocó el suicidio de su padre. Pero fue la Primera Guerra Mundial el acontecimiento que definió su vida y no porque luchara en la contienda, sino porque se dio cuenta de los numerosos anuncios que aparecían en los periódicos, puestos por jóvenes viudas de soldados muertos en el frente que buscaban un nuevo marido. A su vez, puso un anuncio donde, definiéndose como un hombre agradable, buscaba esposa, preferiblemente viuda (y rica). Así se puso en contacto con no menos de nueve víctimas a las que robó y asesinó. Fue descubierto en 1919 en Gambais, cerca de París, donde tenía una casa y un horno donde hacía desaparecer a las víctimas. Por eso no se pudo hallar ningún cuerpo. Tan sólo 993 gramos de cenizas. Aparte de otras evidencias, la policía encontró cerca de la casa, entre el fango, varios dientes que contribuyeron a reforzar la acusación. Fue decapitado el 22 de febrero de 1922 en Versalles. Su caso captó la atención de Europa, que de ese modo pudo evadirse de los horrores de la guerra, siguiendo los avatares del proceso y su terrorífico argumento. Se dijo que Landrú pudo haber matado a 300 mujeres, aunque sólo se demostraron nueve y el hijo de una de ellas.
Carlos Gardel
Carlos Gardel, el más famoso cantor de tangos, ídolo argentino cuyo nacimiento se disputan los franceses (Toulousse), los uruguayos (Tucuarembó) y los argentinos (Buenos Aires), murió el 24 de junio de 1935 en el aeropuerto de Medellín, al chocar el avión donde viajaba (un Fiat 31 de la Sociedad Aereo Colombiana, con el “Manizales”, otro avión de la sociedad SCADTA, rival de la anterior). Un ala del Manizal desgarró el cuerpo del F-31 y destrozó a los pasajeros, que además quedaron prácticamente irreconocibles por efecto del fuego desencadenado a continuación. Sin embargo, el cuerpo de Carlos Gardel dicen que fue reconocido por una cadena que llevaba su nombre (de oro) y por el informe de cuatro forenses que certificaron: “11. Carlos Gardel, hallado en decúbito supino ventral bajo las válvulas del motor, de cuarenta y ocho años de edad, uruguayo, de la ciudad de Tucuarelo (Tucuarembo), provincia de Montevideo (nacionalizado en Argentina), identificado por el buen estado de la dentadura, una cadena al parecer de oro...” (Investigación criminalística sobe Carlos Gardel. Raúl O. Torres, Juan J. Fenoglio. Dosuna, Ed. Argentina; Buenos Aires, 2005.) Sin embargo, Vázquez Rial afirma en su libro sobre la historia de Gardel que la dentadura del ídolo era desastrosa y que prácticamente toda estaba cubierta de fundas y empastes. No obstante, el informe de la autopsia de los forenses de Medellín describe una dentadura en buen estado. Los autores del libro citado afirman que el estudio forense fue poco serio. Por eso también se ha mantenido una polémica sobre la autenticidad de los restos de Carlos Gardel.
El caso de la mujer asesinada en el desierto de Denver (Kansas)
En 1936, unos buscadores de oro descubrieron en el desierto de Denver el cadáver de una mujer asesinada. Las pesquisas policiales no dieron resultado y eso dio pie a todo tipo de especulaciones. Se pensó en la posibilidad de que hubiera sido víctima de los gangsters, o que hubiera descubierto accidentalmente una destilería de alcohol clandestina y que la hubieran matado por eso. Entre otras muchas iniciativas, el dentista de la policía tomó radiografías de la boca y se vio que era portadora de un pequeño aparato de prótesis. A partir de ahí, la descripción del aparato fue enviada a todos los dentistas del Estado e incluso a varios congresos de la especialidad. Así fue como el doctor Taylor, dentista del estado de Nebraska, se dio cuenta de que pertenecía a una paciente suya llamada Ida May Hanson, que debía embarcarse para Perú al día siguiente de recibir la prótesis, con la intención de reunirse con un hermano suyo, ingeniero, que trabajaba en las minas de dicho país y luego pensaba contraer matrimonio. Se supo que tenía otro hermano en Chicago, el cual declaró que su hermana había conocido a un hombre rico con el cual se había prometido y que decía llamarse Clarence Neal, cuya mano izquierda estaba paralítica. El tal Clarence era en realidad un gángster llamado Hael Hanson, contrabandista de licores que había sido bombero, en cuya actividad había recibido la lesión en la mano izquierda. Al poco tiempo fue localizado e identificado por el hermano de la víctima. Al ser detenido, decían los cronistas que hizo un relato espeluznante de su vida, sin perder la sonrisa ni cuando le condenaron a muerte, marchando al suplicio con igual estado de ánimo. El caso se solucionó gracias a la intervención del doctor Taylor y el hallazgo de la prótesis dental. (Recogido de La semaine dentaire y El Comercio, de Lima. La Odontología, 1936, p. 274.)
Adolfo Hitler
El día 30 de abril de 1945, Adolfo Hitler se suicidó en los sótanos de la cancillería de Berlín junto a su esposa, Eva Braun, ingiriendo unas ampollas de cianuro. Su criado, Heinz Linge, le descerrajó un tiro en la cabeza para mayor seguridad. Luego sacaron los cuerpos y los quemaron con gasolina en el jardín de la cancillería. El reconocimiento del cuerpo fue un asunto espinoso, con una tremenda carga política ante las suspicacias de los rusos y de los americanos. Uno de los argumentos forenses más sólidos fue la dentadura. En la autopsia realizada por el teniente coronel F. I. Schkorovsky se dice: “En el hueco de la mandíbula superior y nasal se advierten ligeras grietas. La lengua se encuentra carbonizada y su punta está encajada con fuerza entre los dientes de ambos maxilares. En el maxilar superior hay nueve dientes que están unidos entre sí por un puente de metal amarillo (oro). Este puente se haya sujeto al segundo premolar derecho por un lado y al segundo premolar izquierdo por otro. El puente se encuentra compuesto por cuatro premolares superiores, dos colmillos, el primer molar izquierdo y el primer y segundo molar derechos. El primer premolar izquierdo presenta una placa blanca y un pequeño defecto en el esmalte. En el segundo premolar, el colmillo y el último molar izquierdo se trata de plaquetas de porcelana que han sido fijadas a la parte posterior del puente. El colmillo derecho tiene una corona de metal amarillo (oro). El puente del maxilar superior se encuentra torcido detrás del segundo molar izquierdo. El maxilar inferior aparece completamente suelto. Sus apoyos alveolares están rotos por la zona de atrás y sus bordes son muy afilados. La placa ósea del maxilar inferior se halla carbonizada en la superficie delantera y en el borde inferior. En su superficie delantera aparecen restos carbonizados de las raíces dentales. El maxilar inferior tiene 15 dientes y de ellos 10 postizos, los premolares 2,1:1,2 son naturales, así como el primer molar derecho 4. Los dientes de la izquierda 4, 5, 6, 7 y 8 son falsos, de metal dorado y componen un puente de coronas de oro que se encuentra unido al tercero y al quinto (en el puente es el sexto) y al octavo (en el puente es el noveno). En el segundo molar derecho aparece una corona de metal dorado (oro) que ha sido unida al colmillo mediante una plaquita arqueada. Una gran parte de la superficie interior del colmillo está cubierta por una placa de metal amarillo (oro) del puente. En la boca se localizan pedazos diminutos de vidrio que formaban parte de una ampolla de cristal muy delgado.” Este es un examen muy discutido y se dice que no corresponde a la radiografía del cráneo de Hitler, donde se aprecia un aparato movible sujeto por ganchos. Los rusos, no obstante, contaron con el testimonio de los protésicos del Führer (no encontraron a su dentista, Hugo Blaschke, pero sí a su ayudante, Koete Herserman, y al técnico, Fritz Echtman, que certificaron que la dentadura del cuerpo encontrado en los jardines de la Cancillería era la de Hitler. Sin embargo, las dudas persisten y hay infinidad de teorías al respecto, algunas de las cuales niegan que el cuerpo de Hitler fuera encontrado jamás.
El caso de Olive Durand-Deacon
La señora Durand-Deacon era una viuda rica de 69 años que vivía en el hotel Onslow Court de Kesington en 1949. Cierta tarde de febrero visitó una fábrica de cosméticos acompañado de un conocido llamado John Haigh de la localidad de Crowley. Allí Haigh la asesinó, intentando hacer desaparecer su cuerpo disolviéndolo en ácido sulfúrico. Al día siguiente, el criminal, acompañado de una amiga, denunció la desaparición a la policía. Sin embargo, ésta no se dejó engañar y un agente sospechó del denunciante, al que investigó, descubriendo un largo historial delictivo de falsificaciones y robo. Esto hizo que se registrara la fábrica (mejor cobertizo) de Haigh en Crowley, Susex, donde aparecieron garrafas de ácido sulfúrico, documentos de otras cinco personas desaparecidas, un revólver y manchas de sangre salpicando una pared. Después de varios interrogatorios, Haigh confesó el crimen y el intento de disolver el cuerpo de la víctima en ácido sulfúrico. Aun así, desafió a la policía, aduciendo que si no había cuerpo no había delito. —No hay pruebas —les dijo. La policía extremó la búsqueda dentro y fuera de la barraca y encontraron tres restos de pie humano. Pero no había nada de la señora Durand-Deacon. A los tres días de rastreo encontraron un diente protésico superior que había soportado la acción del ácido. La doctora Helen Mayo, dentista de la señora Durand, identificó los dientes y demostró su encaje en el modelo de la boca de la paciente, tomado dos años antes. Al parecer, la señora Durand era muy exigente y se los había repetido tres veces, por lo que pudo describirlos sin ningún género de dudas. Los dientes habían sido fabricados con resina, que resiste el ácido temporalmente, y al ser encontrados antes de 15 días, aún estaban intactos. El ácido destruye la resina en unas 3 semanas. de esa forma, Haigh fue acusado de asesinato y declarado culpable por el attorney general, sir Hartley Shawcross, que aceptó el testimonio pericial de la odontóloga Helen Mayo. A pesar de los esfuerzos de su defensor, sir David Maxwell, fue ahorcado el 10 de agosto de 1949 en la prisión de Wandsworth.
Agradecimientos:
Dr. Julio González Iglesias
Profesor de Historia de la Odontología
Universidad Alfonso X el Sabio - Madrid - España

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